En el ensayo «La ceremonia del porno» de Javier Montes y Andrés Barba se habla de cómo las tendencias estéticas entre polos opuestos en el erotismo (por ejemplo la sordidez por un lado y la elegancia refinada por el otro) suelen seguir un patrón pendular y ambos extremos van alternándose con el paso de las décadas, algo también se puede ejemplificar entre el actual extremismo de Legal Porno y el fenómeno glamcore reinante hace un algo más de un lustro con X-Art. Lo que quizá no vieron venir Barba y Montes es que el porno en sí mismo, y sobre todo la opinión sobre el propio porno desde las capas altas del poder, también pasaría por momentos opuestos de aceptación social y posterior persecución institucional.
La nueva ley seca del porno en Tumblr, que se anunció hace semanas pero se ha puesto en práctica hace solo unos días, significa la muerte de una de las mayores y más diversas comunidades de discusión sobre porno, erotismo, sexualidad y fetichismos que haya poblado jamás la red, un lugar en el que creadores de contenido se dieron a conocer y formaron lazos con sus seguidores que luego les permitieron prosperar a través de pasarelas e pago y plataformas como Patreon. Algunos incluso convirtieron su hobby en su sustento y se dedicaron a él a tiempo completo, generando más y mejor material que nunca e inspirando a otros creadores. Pero también Patreon está limitando la llegada de creadores de contenido erótico, y de hecho han empezado a cerrar las de gente que llevaba tiempo utilizando su servicio como forma principal de ingresos. Es, parece evidente, una tendencia.
Esta semana Lux Alptraum, antigua propietaria de Fleshbot y actualmente escritora y productora, publicaba en su Medium un artículo que venía a decir claramente que el porno está convirtiéndose en tabú otra vez. Pone ejemplos muy recientes, como el anuncio de Starbucks de aplicar filtros al contenido pornográfico en las redes wifi para sus clientes o el trabajo intensivo de los organismos británicos para crear un sistema de verificación de edad en Reino Unido que obligue al consumidor a registrarse en una base de datos. De hecho en 2014 Orgasmatrix ya se opuso frontalmente a una enmienda en las leyes británicas de comunicación que prohibían la exhibición de actividades como el spanking, el whipping, la penetración con objetos no diseñados específicamente para el sexo, la humillación, la lluvia dorada, la estrangulación, el facesitting, el fisting y hasta la eyaculación femenina, por considerarse udinismo encubierto.
La impresión desde dentro es de que, tras una edad dorada de acceso libre y gratuito al porno con la llegada de internet, hay quien está trabajando para invertir esa evolución y devolver el porno a la más profunda marginación, al sótano de la sociedad y la cultura, esa especie de submundo en el que sobrevivía el porno antes de la era de la información. La época de la liberalización del contenido en internet está asomándose a su final con decisiones políticas como la extinción de la Neutralidad de la Red en Estados Unidos o el Artículo 13 en la nueva Directiva del Copyright en Europa, y el porno es uno de los asuntos que más preocupaciones despierta en aquellos que quieren regular lo que se consume en internet. En años anteriores, tanto administraciones republicanas como demócratas en Norteamérica apretaron las tuercas del porno a su manera: promoviendo el delito de obscenidad los primeros o, los segundos, imponiendo medidas de seguridad y caros permisos de rodaje a las compañías. En el resto del mundo el porno sigue siendo algo que la autoridad no ve con buenos ojos, y lugares como India o China tiene bloqueado el acceso a sitios eróticos.
Tal como señala el artículo de Alptraum, el porno se ha enfrentado de manera cíclica a los intentos por socavarlo a lo largo de toda la historia (habla de la llegada de la píldora anticonceptiva o la gran crisis del SIDA), pero ahora mismo existe una generación que solo conoce el porno en su forma actual de acceso inmediato, anónimo y gratuito, y perderlo podría suponer un trauma considerable. Los problemas que ha traído la democratización del porno, como por ejemplo el acceso demasiado sencillo para los niños o su influencia como único referente sexual para quienes no disfrutan de una buena educación en ese ámbito, además de los problemas de adicción al porno (aunque no hay estudios concluyentes sobre esto) han acabado poniendo de acuerdo a personas sexualmente liberadas con los liberticidas antisexo de antaño en la idea de que el porno es un peligro.
Desde el lado de las grandes corporaciones, la persecución siempre ha sido activa: hace ya una década y media las grandes compañías de tarjetas de crédito acorralaron al porno situándolo en la categoría de negocios de alto riego, algo que impidió el uso de pasarelas de pago conocidas como Paypal o Amazon Pay por parte de websites con modelos de suscripción, y supuso además una serie de limitaciones, desventajas y aumentos en las tasas para quienes vendiesen contenido en internet previo pago con tarjeta. Instagram tiene una draconiana política anti desnudos, y Apple no permite contenido sexual en sus tiendas digitales.
Cada vez hay más voces dentro del porno, sobre todo activistas de los derechos de los trabajadores y trabajadoras sexuales, afirmando que la impresión de que el porno ganaba aceptación social en los últimos años ha sido solo un espejismo y que quienes buscan erradicarlo o marginarlo estaban cogiendo carrerilla y utilizando este mayor acceso al contenido como su arma arrojadiza definitiva. Desde otras partes de la industria, particularmente los pornógrafos que llevan treinta o cuarenta años batallando en este negocio y que recuerdan cuando uno podía acabar en la cárcel por rodar porno, dicen no estar especialmente preocupados: consideran que existe un claro intento de censurar el porno y que este intento es, sencillamente, uno más de tantos. Que el porno, pase lo que pase, prevalecerá.
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