A quien no le gusta tomar el sol, ni llenarse el culo y los pies de arena, ni bañarse en ese hervidero de peligro que es el mar, ni oler la peste a protector solar, ni aguantar a los musculitos dando volteretas en el aire, ni contemplar a las familias numerosas sacando los tuppers y a sus incontables niños revoloteando alrededor; a quienes no les gusta eso, decía, todavía les queda una vía de evasión en tan hostil entorno, y no hablo de los libros o la siesta. Hablo, efectivamente, de las tetas. Porque en todas las playas yacen diosas anónimas mostrando sus encantos, ignorantes del ojo indiscreto que las disfruta en silencio.
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