Sexo y Tetas

EL PODER DE LAS TETAS CALIENTAPOLLAS.

NO HAY MAYOR PLACER QUE EL DE SENTIRSE ENTERRADO ENTRE ESOS DOS MELONCILLOS MULLIDOS Y CALIENTES

¿Os acordáis de cuán ávidamente chupábamos las tetas de mamá? ¿De cómo pegábamos los labios sobre los enrojecidos pezones, cual insaciables ventosillas?… Cómo hacíamos juguetear y bailar la lengua alrededor de aquellos pitones húmedos Y calientes que nos regalaban su leche en chorritos generosos y llenos de amor… ¿Cómo olvidar esas tetas poderosas, repletas y mullidas? Enormes y tiernas, tan grandes como nuestras cabecitas locas. Allí estaban. Nos llamaban, nos ofrecían un horizonte único de placeres sin mesura. Eran nuestro Día y nuestra Noche. Se cernían sobre nosotros como soles de carne colorada y medias lunas empinadas y tersas que nos decían ven y chupa, chupa, chupa…

Se nos hace la boca a agua, la verga se enardece bajo la seda del calzón, el chochillo llora y se desvanece perdidito de gustirrinín al rememorar aquellos chupetones. Pero, ¿por qué darlos por perdidos si tanto los unos como las otras soñamos con ellos todos los atardeceres? Si las hembras furibundas tiene derecho a engullir la forma y el fondo de esas tremendas pollas viperinas que acarician sus mejillas antes de bañarlas con el espesor de la leche recién ordeñada, los varones zangolotinos también merecen su premio: besar, aspirar, lamer y succionar esas tetorras afrutadas hasta el abatimiento.

Hay que saber aprovechar esos meloncillos maduros con los que la naturaleza ha dotado a la maravillosa anatomía femenina. No basta con palparlos y menearlos como si fueran terrones de arcilla. Los senos deben acariciarse con sencillez y fruición, depositar los dedos sobre los contornos y acercarse a su corazoncillo, despacito, a través de sinuosos movimientos circulares, hasta alcanzar los irrigados pezones erectos y endurecidos como fuentecillas de carne jugosa y apetecible.

Ese es el momento para que las chicas demuestren hasta que punto su cuerpo es un bazar de sorpresas para el goce propio y ajeno. Lejos de dejar chupetear a su compañero -o compañera, que aquí si está el horno para bollos y magdalenas humeantes-, deben tomar el relevo y manejar el timón de nuestras calenturas compartidas. Por unos minutos, ese par de pomelos tersos y elegantes se convertirán en nuestro único punto de contacto, ella los deslizará sobre la piel de su acompañante. Los dejará caer aquí y allá, frotándolos con delicadeza, introduciendo los pezones en los recovecos de ese otro cuerpo que se le entrega, enseñoreándose de cada palmo de piel abierto a su mirada. Esta parte del juego resulta especialmente retozona para las hijas de Safo, puesto que son cuatro las tetillas que entran en litigio y los jugos de la entrepierna emergen con mayor libertad y pureza.

Llegará un punto en que ya no podréis reprimir más las ansias de apareamiento. Entonces es recomendable retardar el mete y saca, adquiriendo la simétrica posición del sesenta y nueve. Ella aprisionará el rabo engrandecido de su compañero en el puente palpitante de sus pectorales, dejando que le folle apasionadamente las tetas, los labios y la boca. Él le corresponderá hurgando con la lengua y los dedos su coñito emancipado o ese ojete cariñosón que se abre a escasos milímetros.

Otro día hablaremos de las maravillosas variedades con que puede practicarse la celebrada paja cubana. Lo importante es conseguir que el nardo se levante a punto de mediodía, dispuesto a ensartarse en el conejito hambriento de zanahoria. Aunque eso no es siempre posible: el placer procurado por esas tetorras calientapollas es tan agradable, que no son pocas las ocasiones en que la cafetera se desboca y el líquido blanco y brillante se esparce sobre esas montañitas de carne hacendosa. Entonces ellas se relameran los pechos, haciendo pucheritos, para no desperdiciar ni una gota de su preciado tesoro lácteo. Y es que eso de follar con las tetas es la leche.

Por Johnny Laputta.

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