Quien crea que el uso de artefactos de distintas formas y colores para la satisfacción sexual del individuo o la pareja es una invención de nuestro siglo, anda muy desinformado. Hoy, desde nuestra humilde posición de espectadores del porno y la sexualidad, en Orgasmatrix os ofrecemos un pequeño paseo por la historia de los juguetes sexuales y las diversas invenciones que la humanidad ha creído necesarias para su disfrute.
El dildo primigenio
Menudo respingo debieron de dar un grupo de científicos de la Universidad de Tübingen cuando, excavando en las cuevas de Hohle Fels, cerca de Ulm, al sur de Alemania, dieron con este señor pollón de 20 centímetros tallado en piedra. Al parecer hay numerosas representaciones de los atributos sexuales femeninos en pinturas rupestres, pero este dildo prehistórico es una de las escasas representaciones del sexo masculino que se han encontrado. Según los expertos, fue elaborado hace cerca de 28.000 años y se deduce fácilmente su uso sexual por lo extremadamente pulido de su superficie. Que hasta las cavernícolas conocían los efectos de un mal roce.
Camarero, una de olisbos
Los griegos eran gente polifacética. Lo mismo montaban una escuela filosófica donde compartían conocimientos y experiencias homosexuales, que se iban a la guerra a pegarse espadazos con sus vecinos por un trozo de terruño. Y sus esposas, como de costumbre, terminaban teniendo que aliviarse ellas solas en los momentos de ímpetu en sus zonas bajas porque estaba escrito que los soldados debían mantener el pajarito bien guardado durante largos períodos de tiempo antes de una batalla. De modo que las griegas inventaron el olisbo, un consolador fabricado en madera o cuerno de animal y recubierto con cuero a modo de prepucio artificial que se utilizaba junto a un lubricante tan sano y natural como el aceite de oliva.
Extendiendo horizontes
Alrededor del año 300 d.C. el escritor indio Vatsiaiana daba a luz la obra universal y definitiva sobre el amor y el placer sexual en la literatura sánscrita. Quizá llame la atención que en esa época se trata el tema del follaje con tanta tranquilidad y concreción, pero por lo visto era algo común a todo Oriente. De hecho, a falta de una Viagra efectiva, nuestros vecinos inventaron una especie de prolongaciones para simular un pene más grande, algo similar a unas fundas hechas en madera, cuerno de búfalo, marfil, cuero, cobre, plata o incluso oro que convertían una polla flácida y modesta en una descomunal herramienta de destrucción.
Kokigami contra Godzilla
Los japoneses, siempre diestros en el manejo de los tabúes sexuales (de cómo pasárselos por el forro de las pelotas, digo) se sacaron de la manga una práctica sexual con la que a muchos nos costaría un poco arrancar. Se trata del kokigami, una palabra que, como habréis notado, tiene cierto parecido con origami, el arte de hacer figuritas de papel. ¿Casualidad? Pues no: el kokigami consiste en, efectivamente, recrear con papel la forma de un animal e introducir el pene en su interior, a modo de pequeño disfraz para nuestro querido johnson, para luego llevar a cabo un acto sexual con la pareja en el que la fantasía y la sintonía con los espíritus de la naturaleza y todas estas chorradas cobran un papel (valga la redundancia) primordial. Así de raritos son, sí.
Un anillo para reunirlos a todos y atarlos a la cama
Allá por 1200 los chinos tuvieron una idea que los strippers masculinos de todo el mundo agradecen aún hoy en día, ocho siglos después. La idea era tan simple como colocar un anillo de cerámica o marfil en la base del pene, de modo que se hiciera una especie de torniquete guarrillo y la erección durase más y fuese más potente que sin ayudas externas. Lo chungo del caso es que antes de llegar a la cerámica, el material que empezaron utilizando fueron párpados de cordero e incluso hubo quienes se tomaron mal el cambio de materia prima: al parecer las pestañas hacían unas cosquillitas la mar de agradable. A los corderos, sin embargo, les pareció genial.
¡Dildos, dildos!
Doscientos años después nacía en la Italia renacentista lo que ahora conocemos como dildo, una pieza fálica de madera y recubierta en piel que debía utilizarse junto a copiosas cantidades de aceite a modo de lubricante. Por lo visto se vendía en los mercados sin el más mínimo rubor, como si fuesen sardinas.
Pero qué demonios…
La revolución industrial no trajo el vapor solo a los medios de transporte. Al parecer también hubo quien decidió que sería una magnífica idea aplicar esta tecnología al servicio del placer femenino y diseño esta imponente abyección mecánica, que posiblemente sea la máquina más temible jamás construida por el hombre después del colisionador de hadrones, la silla eléctrica o el Renault Twingo. Por lo visto, ciertos médicos de la era victoriana llegaron a diagnosticar a algunas mujeres algo llamado «histeria femenina», presuntamente causado por la entrada de «semen femenino» (sic) en el sistema circulatorio de la paciente en cuestión. El tratamiento era, en efecto, masturbarse diariamente con este engendro de vapor.
Después de esto, en 1839, Charles Goodyear descubría la vulcanización del caucho con azufre, dando origen a la goma y, bueno, ya conocéis el resto.
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