Sexo en la República Dominicana

Para teneros contentos, mis queridos lectores ansiosos, amantes del voyerismo, el onanismo y muchos otros placeres sexuales -sanos y no tanto- y para que veáis que no me olvido de vosotros, La Madre se ha ido a pasar unos días a la República Dominicana, a practicar turismo sexual, digan lo que digan, la mejor manera de conocer un país. Y luego poder contároslo y compartir con vuestras preciosas mentes calenturientas mis experiencias en esa maravillosa isla del caribe, tan tristemente menospreciada por la mano o, mejor dicho, por la polla del hombre blanco. Qué paisajes, qué chicas y chicos más espectaculares. Esos negritos y negritas tomando el sol semidesnudos, con sus pieles brillantes y sus culos prietos y bien moldeados me pusieron ya full de excitación no más poner mis blancos pies en la arena brillante de la playas caribeñas.

Era mi primer día y decidí buscarme un guía que me introdujese en los abismos sexuales de la isla, que se me hacían muy, pero que muy apetitosos. Había a solo unos pocos metros de mi toalla, dos chicos y una chica que jugaban a béisbol. Ya les había devuelto la pelota un par o tres de ocasiones, así que cuando volvió a caerme encima, empecé a mover la pelotita de forma sugerente como diciéndoles que esta vez, si la querían, tendrían que darme algo a cambio. Se acercó uno de los chicos, el más robusto, el tostadito brillante de su piel salpicada de gotitas de agua casi me paraliza el sistema nervioso, dios mío, qué paquete me marcaba el muchachito, y se vino a sentar pegadito a mí, encima de trocito de pareo que quedaba libre. Oye gringuita, me dijo, eres preciosa, ¿te quieres dar un relajo conmigo y mis dos amigos en el agua? No sabía muy bien que era eso del relajo, pero ya se había apoderado de mi una onda expansiva de calor, así que acepté sin dudarlo, dejando caer despistadamente la pelota sobre la arena al levantarme.

Dos minutos después de intercambiar unas palabras cordiales y a primera vista del todo inocentes ya estábamos mis tres nuevos amigos y yo dentro del agua. Todo el relajo transcurrió de cintura para abajo. Desde la playa, cualquiera que nos viese, solo podía apreciar a cuatro jóvenes conversando, jugando a acariciarse los cuerpos amistosamente. Enseguida, la chica me tenía cogido por el pene de una forma algo salvaje, haciendo como si le diese a la perilla de un cacharro de esos para medir la presión. Creo que nunca había experimentado una hinchazón del miembro tan súbita y repentina sintiéndome acto seguido casi al mismísimo precipicio de la eyaculación. Y en ese mismo instante me soltó y experimenté una sensación de liviandad placentera semejante a la del orgasmo, pero con unas ganas loquísimas, no sé todavía por qué, de ser penetrado por detrás, que fue lo que ocurrió. ¡Oh, qué magnífico! Era como si esos muchachos me leyeran el pensamiento. Sabían hacerme a cada momento lo que yo estaba deseando sin tener que darles ningún tipo de pistas ni indicaciones. Yo me dejaba llevar y ellos no paraban en ningún momento de sonreír y burlarse inocentemente de mí. ¡Qué encantadores! ¡Qué hermosos! Sabemos lo que te gusta, gringuita, me decía al oído dulcemente el muchacho que se hallaba a mi clavado por detrás. Mientras que la chica me acariciaba la cara con una mano y con la otra me iba dando pellizquitos y masajes suaves masajes entre el punto de formación de mi escroto y mi ano, todo ello sin dejar de dedicarme una espléndida sonrisa. Mi excitación no parecía tener límite. El morenito que me había venido a buscar se mantenía ahora un poco alejado de nosotros y se dedicaba a dar cabriolas en el agua, aunque estaba siempre pendiente, igual que un niño pequeño, de si lo miraba o no después de cada una de las piruetas que me dedicaba. No os lo creeréis pero La Madre estaba totalmente seducida en ese momento, sin conciencia, como una adolescente en pleno descubrimiento del funcionamiento de sus hormonas, hirviendo de sexo. ¡Qué bonito eres, muchacho –pensé-, como me gustaría… Entonces lo vi acercarse hacia mí. Echaba rayos de fuego por sus ojos. Retiró a la chica suavemente –que pasó cariñosamente su lengua por mi mejilla antes de unirse en otros juegos a mi bello “guardaespaldas”–, y se colocó de espaldas a mí. ¡Qué perdición! ¡Qué sensación de gozo! Aún se me pone tiesa como un mástil cuando rememoro ese instante. Penetraba y era penetrado a la vez, a ritmo desigual, sintiendo el vaivén lento de nuestros cuerpos sumergidos bajo la presión del mar y el balanceo de las corrientes submarinas. Y no hacían más que venirme como montones de ráfagas de orgasmos… hasta que me relajé del todo. Aun estuvimos dentro del agua un buen rato, toqueteándonos, charlando de picardías y encuentros amorosos bajo cocoteros a la luz de la luna. Se llamaban Camilo, Jean Luis y Marilú, y aceptaron encantados convertirse en mis guías de la noche.

Los días que siguieron La Madre gozó de lo lindo saliendo por el día y por las noches en compañía de aquellos lindos y jóvenes morenitos. En los bares, todos los gringos estúpidos que buscaban sexo a 500 pesos babeaban cuando La Madre entraba en los chiringuitos con su séquito de muchachitos y muchachitas. Y bailaban y se emborrachaban y ocupaban la pista de la discoteca para realizar los bailes más pornográficos y obscenos. Y todos en la pista se toqueteaban y se dedicaban lengüetazos unos a otros y metidas de mano descaradas, en medio del movimiento provocador de los culos, que danzaban al ritmo frenético del merengue o al de la bachata, este algo más pausado. Y se acercaban de dos en dos o en grupos de tres y de cuatro a la orilla del mar darse un relajo nocturno dentro o fuera del agua. Y volvían a la pista de baile y bebían un poco más de ron y a veces le daban a unos polvos mágicos que La Madre llevaba en una cajita forrada de espejitos. Y todo era juerga y diversión y nadie se aburría y La Madre se estaba haciendo la reina de los chiringuitos nocturnos y todas las muchachas y muchachos dominicanos acudían a ella a pedirle consejos, a darle o a recibir caricias suyas, o unos pesos para cerveza y ron o unos poquitos más de esos polvos mágicos. Y La Madre daba y daba y daba y luego recibía cuándo o dónde, con quién y cuántos quería, por separado o bien todos a la vez. !Qué vacaciones tan maravillosas!

Siete u ocho días así. Y Camilo, Jean Luis y Marilú me dedicaron la última noche una despedida íntima, la más cariñosa y sexual de todas. Cenamos marisco en la playa sobre hojas de algo parecido a la parra, con cerveza fresquita. Madresita –me dijo Marilú con su voz más dulce- Habíamos pensado darte un último relajo esta noche, como el del día que nos conosimos, de nuevo solitos los cuatro, como la primera ves… ¿sí, gringuita? ¡Como no iba a aceptar! Pero antes –continuó–, queremos ofreserte un presente muy espesial. ¡No, no, debes aseptarlo! Tú nos has colmado de regalos y lujos y de plaseres durante estos días como ningún otro gringo lo había hecho antes. Tú, madresita, nos has hecho gosar de lo lindo y nos has tratado como a reinas y no como a simples cueros.

¡Oh, mis príncipes negros…! exclamé llena de sentimiento amoroso, y nos fundimos en un poderoso y sensual abrazo. El presente era una maravillosa daga con un mango de madera tallada y de piedras preciosas incrustadas por las manos de los taïnos, pobladores autóctonos de esta isla ya desaparecidos. Presente que tuvo su protagonismo especial en nuestro último juego amoroso, que fue aun más alucinante, más emotivo, más explosivo y sensacional que aquél del primer día. ¡Qué forma de jugar a tres bandas más excepcional, más compenetrada! Hubo un momento –si le permitís a La Madre una licencia poética- que sentí como si hubiese alcanzado una especie de equilibrio espacial dentro de un triángulo cósmico formado por los vértices sexuales de mis amados y bellos efebos. Después vino el orgasmo, enorme, devastador, indescriptible, recuerdo olas y olas eléctricas de placer que salían de mi epicentro sexual y regresaban a él después de haber recorrido todo mi cuerpo, de una punta a otra, hasta que debí de sufrir un fulminante desmayo, pues ya no recuerdo nada más de mi viaje hasta que me desperté de una cabezada sentado al lado de la ventanilla del avión que me traía de vuelta a mi ciudad.

Queridísimos lectores y lectoras míos, del más pardillo a la más viciosilla, a todos aquellos que tengáis la intención de viajar a la República Dominicana en busca de sexo y diversión, os anuncio el mayor de los goces, pero os aconsejo que seáis, sobre todo, espléndidos, desprendidos de vuestras joyas y pertenencias y de vuestro dinero, no busquéis sexo a 500 pesos ni se os ocurra regatearle a un cuero el precio que os pone por poder follar con él. Ya lo dice en la Biblia: Dad y se os dará. Practicar sexo allí es cosa fácil, pero hacedme caso, tratad el tema con naturalidad y sin prejuicios y las experiencias sexuales que os proporcionarán ¡no las podréis olvidar en vuestra vida! Y os lo dice La Madre, que en más de una vez había pensado en que pocas cosas en esto del sexo le quedaban por descubrir…

por La Madre

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