He probado el porno virtual y os explico cómo verlo

Confiad en lo que os dicta vuestro corazón y no hagáis caso a la gente: el porno importa, e importa mucho. No somos pocos quienes creemos, de hecho, que la masturbación es la base de la civilización occidental; un tapón de seguridad sin el que todos nos iríamos por el sumidero del caos y la violencia. Que si no tuviéramos este inabarcable universo de marranadas filmadas, fotografiadas, escritas, dibujadas, animadas o renderizadas al alcance de la mano ya nos habríamos matado los unos a los otros hace mucho tiempo. El porno es, de hecho, un servicio social, una necesidad de la que depende la vida de todos. Una válvula de escape que mantiene a raya la autodestrucción de la raza humana. La verdadera paloma de la paz es Belladonna y la rama de olivo alojada en su pico es… eso que Belladonna suele meterse en la boca cuando hay una cámara delante.

VR porn

¿Cómo ver porno en realidad virtual?

Que no os cuenten historias: el sexo sigue siendo lo que propulsa el mundo, y en cuestiones de avance técnico e innovación hace décadas que está demostrado. Si el VHS le ganó la batalla al mucho más nítido Betamax fue porque tenía al porno de su lado, y si Sony no hubiese mejorado sus relaciones con la industria del porno coincidiendo con la batalla de formatos de alta definición, ahora mismo todos tendríamos HD DVDs en las estanterías y el Bluray solo sería un vestigio de nombre ridículo, olvidado en el cementerio al que van las no tan buenas ideas.

El porno ha empujado los límites del estímulo sensorial, pasito a pasito, pero con firmeza, y la próxima estación después de experimentos como la multicámara, el sonido envolvente o los teledildos (esos juguetes sexuales pensados para funcionar en sesiones de cibersexo), estamos más cerca que nunca del siguiente checkpoint en esta loca carrera espacial por conseguir la experiencia pornográfica más inmersiva: el porno virtual.

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Diosas VR: August Ames, Valentina Nappi y Jaclyn Taylor. Foto de Badoink VR

Aparatos como el Oculus Rift, el Samsung Gear VR, el HTC Vive, el Razer OSVR o el Zeiss VR One están armándose para las primeras batallas de la que se espera que sea una gran guerra por hacerse con parte del pastel, todavía en el horno pero cogiendo el punto de cocción perfecto, de la realidad virtual como nuevo paradigma del entretenimiento audiovisual. Se están ensamblando empresas a toda velocidad con la idea de ocupar nichos relacionados con los videojuegos para la realidad virtual, el cine para la realidad virtual o la publicidad para la realidad virtual. ¿Y qué hay del porno para la realidad virtual? Pues, como era de esperar, ha vuelto a adelantarse con un sprint vertiginoso y ya lleva dos años funcionando.

Y esos pioneros son, de hecho, españoles: VirtualRealPorn nació del entusiasmo de un matrimonio zaragozano que decidió gastarse el dinero de su luna de miel en una nueva empresa que se dedica a rodar y publicar escenas VR Porn grabadas y pensadas para ser disfrutadas a través de un terminal de realidad virtual. He tenido el privilegio de probar el porno virtual explorando su catálogo y lo que sigue es una crónica totalmente subjetiva y personal de una experiencia que tarde o temprano todos los pornófilos acabarán por vivir. Vamos allá.

Lubricante, kleenex y un cubo para el vómito

El dispositivo que he utilizado es la versión más pobre, una Cardboard de cinco euros (soporte de cartón plegable, lentes de plástico y gomas de pollo) con un móvil Nexus 4 de hace tres años, un setup accesible para todos los bolsillos. No sé si con un cacharro de 700 euros como el inminente Oculus Rift o el HTC Vive de 800 dólares las sensaciones serán más inmediatas, pero hemos querido mantener las expectativas bajas por pura prudencia. Temeroso de que el hiperrealismo del invento me hiciese correrme en los pantalones de forma instantánea, ponerme el cerebro del revés o estallarme los ojos, he preparado el clásico arsenal pajero de lociones y pañuelos con el añadido de una biodramina y un cubo para vomitar por si la experiencia me rompe los esquemas de una forma traumática y acaba con mi frágil cordura. Bajo la persiana, conecto los auriculares, echo de la habitación a mi mujer y me predispongo a sentir el mismísimo futuro penetrando con la potencia de un mastín napolitano en mis propias carnes.

Sudoroso y agitado, me siento un poco como el jardinero subnormal de El cortador de césped, así que a la hora de elegir el contenido también trato de iniciarme con cierta prudencia: me estreno con el catálogo de Virtual Real Porn disfrutando de una vieja amiga, por aquello de que si nos conocemos igual la sensación es más apacible: escojo una sesión de striptease softcore privado de la guapísima Irina Vega, eterna musa orgasmátrica y mujer de bien. El impacto inicial no es precisamente excitante: cuando la vista se adapta a ese cruce extraño de imágenes duplicadas y lentes de plástico (y no os voy a engañar: cuesta un poco entrar en ello), lo que más llama la atención es el propio actor de cuyo cuerpo nos hemos adueñado transitoriamente. Resulta muy inquietante mirar hacia abajo y ver el torso y las piernas de otra persona, y comprobar cómo los brazos cobran volumen 3D y actúan por sí solos agarrándole los muslos a la gran Irina.

Porno virtual con Irina Vega
Irina Vega en una escena de Virtual Real Porn

Y es que esa es otra: Irina es grande en un sentido humano y profesional, pero mide 1,65 y en el vídeo virtual parece una temible amazona de tres metros. Hay algo extraño con la escala en este tinglado. Hay que mirar muy hacia arriba para verle la cara a una mujer de pie frente a ti, pero supongo que esto se inventó para fijarse mejor en lo que está más abajo de la cara.

Al cabo de un rato mi mente ha hecho todos los ajustes necesarios y me estoy empezando a adaptar a las extravagancias y peculiaridades del medio. Al principio el hecho que el actor se mueva por su cuenta le traslada a uno la impresión de que solo está viendo un vídeo POV más con una horterada de cartón colocada sobre los ojos, pero la capacidad de poder girar la cabeza y verlo todo alrededor (hay escenas con más campo de visión que otras: las de 360 grados serán una alegría doble para los pornófilos amantes del interiorismo) acaba funcionando de un modo inconsciente, haciendo crecer gradualmente la inmersión en la experiencia hasta que finalmente algo hace “click” en la sesera y se disfruta de las escenas a un nivel completamente nuevo y refrescante.

Me vas a comer el coño

Una vez disfrutado el baile erótico de Irina, me decido a pasarme a la otra orilla del experimento; ahora quiero probar algo un poco extremo que siempre me dio curiosidad, quiero colarme en el cuerpo de una lesbiana y dejarme practicar algo que nunca sentiré: el cunilingus. Mirar hacia abajo y ver unas hermosas tetas colgándonos del pecho Es algo que a todos los hombres nos gustaría vivir por un día y quien lo niegue miente como un bellaco o esconde receloso algún secreto relacionado con pelucas, tacones de aguja y noches furtivas.

El caso es que aquí me dejan encarnar nada menos que a una morbosísima pornostar tatuada, que además de tener unas bonitas tetas ofrece el extra de usar piercings en los pezones. Miro hacia abajo me sorprende el volumen esférico de ambos pechos, esta vez a una escala mucho más digerible y normal. Me estoy fijando en los aros de los pezones, que también parecen tener cierto volumen y dan ganas de tocarlos, cuando veo que frente a mí está la Sirenita de Vallecas, nuestra idolatrada Amarna Miller saboreando los pies de otra chica, un poco más cerca de lo que uno sentiría del todo natural, como si las piernas fuesen algo cortas. Es algo que no hemos tenido en cuenta al pensar en el porno virtual: las proporciones de los actores y las deformaciones que provoca la lente interfieren a veces en la experiencia y hace que algo no le encaje a uno del todo en la mente, pero todo es cuestión de dejarse llevar. Amarna se acerca y le mete los dedos en su boca, juguetea con los dientes de la starlet pelirroja, que finalmente se amorra al bebedero mientras con una mano amasa un pecho de su compañera… ¡Un pecho mío, válgame el Señor!

La bella y la bestia

Después de esto me envalentono con un gangbang inverso en compañía de una de nuestras debilidades, la francesa Anissa Kate, y dos actrices porno rubias voraces como Kayla Green y Victoria Summers. En este tipo de encuentros se nota que las tres pornstars quieren centrar todas sus carantoñas en el espectador, proporcionándole siempre el mejor ángulo de sus respectivos atributos, algo que da una impresión poco fluida y artificial. Quizá con la llegada del porno virtual a las starlets se les tendrá que pedir un requisito impensable en esta industria de medio siglo de vida, algo casi absurdo: que sepan actual. Si no se tiene eso, también es cierto que tener a una diosa entre mortales Anissa Kate cabalgándole a uno y bamboleando sus cántaros gloriosos a tres palmos de tu cara es un estímulo con razonables opciones de compensar la falta de dotes interpretativas.

Rob Diesel virtual porn
Rob Diesel me abre de piernas. Foto de Virtual Real Porn

Finalmente me cargo de valor y me enfrento, en nombre de la ciencia, al elefante en la habitación: un grotescamente musculoso Rob Diesel me abre de piernas y me sujeta con sus brazos tatuados. Sus pectorales parecen los de un muñeco de He-Man y Los Masters del Universo que aún conservo en un armario, redondos, prominentes y de puro plástico, y se flexionan cuando sujetan las caderas de la chica que lleva la cámara y tira de ellas hacia sí para embestirla con suavidad. Su polla me apunta rampante y amenazadora, pero los productores han tenido la delicadeza de no someterme a un acercamiento oral a ese rabo tieso. Seguramente es por alguna limitación de la tecnología, pero el día en que lo hagan posible no va a ser, si se me permite el tontísimo juego de palabras, un trago fácil.

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Rob Diesel me la mete de nuevo. Foto de Virtual Real Porn

La grima que transmiten las escenas con hombres quizá no tienen tanto que ver con la orientación sexual de uno como con los métodos de trabajo masculinos en el porno, de su tradicional forma de moverse y actuar con las mujeres. Desde fuera nos parecen lo normal, pero cuando uno es objeto y partícipe, cuesta no sentirse invadido y violentado. Aquí, paradójicamente, ayuda esa especie de desconexión que trataba de explicar antes entre mi conciencia de cuerpo y el cuerpo de la señorita que tomo prestado, en este caso el de Gala Brown, así que tampoco ha sido tanto drama.

El futuro es ahora

Las escenas en el porno virtual transcurren con intensidad y terminan muy pronto independientemente de su duración real: todos los vídeos se hacen más cortos que el porno convencional, supongo que consecuencia directa de exigir toda la atención del espectador. Supongo que también es algo habla positivamente de este nuevo medio. De todos modos la mayoría de espectadores nunca suelen llegar al final de las escenas porno, así que el hecho de contemplarlas más atentamente, de una forma más viva y profunda, hace que como mínimo la experiencia tenga su propio factor diferencial. O dicho de otro modo: habrá a quien el porno virtual le guste y le satisfaga y a quien no le haga disfrutar o eche de menos la solicitada interacción, pero aun en los albores del nuevo medio nadie puede negar que esto es algo distinto a todo lo que se había hecho hasta ahora, que esto es otra cosa. Y yo creo que, al menos en parte, esa era la idea.

Distopía en Barcelona

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